Techos de cristal que no se agrietan

Hace 31 años quería comerme el mundo y pintarlo con mi paleta de acrílicos. No pensé que ser mujer, artista, madre y comer todos los días fuese una paradoja existencial. Y tuve que elegir. Parí dos hijas, una me salió ingeniera (el corrector de este blog me marca la palabra como errónea, hay ingenieros, no ingenieras) , la otra, artista. No sé si ella tendrá techo de cristal, pero el mío sigue encima de mí. No es una excusa. Tuve que elegir. Me inicié en la docencia con la fe de una novicia y se convirtió en mi credo. He trabajado y estudiado lo que no está escrito, he inculcado mi pasión por el Arte a mis alumnos con la sed del amor y el hambre de la justicia. He reivindicado mi labor en púlpitos de mil desiertos y todo ello me ha permitido dar de comer a mi familia.  Mas mi techo de cristal no tiene grietas. Soy una artista en horas bajas, que crea en las aulas, en su casa, en las paredes, en la memoria distraída, en los recuerdos de quienes me compraron mi escasa producción o aquellas a las que se lo regalé. Quiero comprar un martillo y romper el vidrio. Crear en un mundo donde ser mujer y creadora no sea un absurdo propósito de vida.